Fusiones, confusiones y mantequilla

last tango“Trae la mantequilla”, dice Paul, o Marlon, recostado en el suelo comiendo pan y queso. Y Jeanne, o Maria, que acaba de llegar al apartamento de la calle Jules Verne donde han convenido citarse para sus anónimos encuentros sexuales, se la lanza a los pies, sin saber aún la chica que en un par de minutos él usará la barra como lubricante para sodomizarla a la fuerza. La escena no estaba en el guión. No tal y como se rodó, como pasó con muchas de las de El último tango en París, hibridación en su momento inédita entre el cine arty plásticamente más estilizado –fotografía de Vittorio Storaro inspirada en Francis Bacon, música de Gato Barbieri–, y un trabajo interpretativo sustentado, casi a la manera cassavettiana, en la improvisación y la identificación entre actores y personajes, una fusión que es confusión entre realidad y ficción, y que hoy lo es, vuelve a a serlo, más que nunca. La mantequilla se la imaginó Marlon Brando en el culo de Jeanne mientras desayunaba esa misma mañana con Bertolucci y decidieron incorporarla. Hablamos de 1972, y el pringue lleva repitiendo desde entonces. Sigue leyendo

Cuando el Nuevo Periodismo llenó la pantalla

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A sangre fría (Richard Brooks, 1967)

En 1975, Tom Wolfe publicó el que sigue siendo su libro más popular. Lo tituló El Nuevo Periodismo, que es la denominación que escogió para definir lo que desde una década atrás hacían un puñado de periodistas, entre los que se contaba, que habían rechazado cualquier ortodoxia de la escritura periodística para disparar las ambiciones literarias de cualquier crónica. En aquel volumen, Wolfe recopilaba una veintena larga de textos de sendos autores, representantes de esa era considerada dorada, pero también equívoca y controvertida, del periodismo norteamericano. La selección incluía a autores que abordaban sus crónicas con estrategias muy distintas, a veces, incluso antitéticas. Pero todos tenían en común su heterodoxia, cimentada en una escritura furiosamente personal y carismática que en muchos casos les convirtió prácticamente en estrellas de la era pop. Así que no es de extrañar que la inmensa mayoría de ellos hiciera sus pinitos en el cine. Conocida hasta la saciedad su obra literaria, repasamos la relación de los más notorios de aquellos nuevos periodistas con la gran pantalla. Sigue leyendo

Y Tom Wolfe viajó más allá del ácido

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El autobús de los Alegres Bromistas, con la pancarta de Acid Test Graduation, en una imagen,  como el resto de las que ilustran el reportaje, del documental Magic Trip (Allison Eadwood y Alex Gibney; 2010). 

[Este reportaje se publicó originariamente en verano de 2018 en la revista Cáñamo con motivo del 50 aniversario de la publicación de Ponche de ácido lisérgico].

“La prensa local, incluidas algunas de las publicaciones más minoritarias y hip de la ciudad, dedicó cierta atención al autobús, pero nadie comprendió cabalmente lo que estaba sucediendo. Interpretaron únicamente que se trataba de un grupo festivo. Lo era, en efecto, pero en julio de 1964 ni siquiera el mundo hip de Nueva York estaba del todo preparado para el fenómeno de un puñado de jóvenes que cruzaba atronadoramente el continente norteamericano en un autobús pintado con abigarrados mandalas fluorescentes, dirigiendo sus cámaras de cine y sus micrófonos hacia todo lo que se pusiera a su alcance en aquel país, mientras Neal Cassady tomaba las curvas más bruscas como un súper Hud y la nación norteamericana entera iba desfilando ante el parabrisas como ante una de esas condenadas cámaras panorámicas de Cinemascope que fuerzan los nervios ópticos como la goma elástica de un aeroplano de juguete”. Sigue leyendo

Hollywood: un siglo de abusos, escándalos y linchamientos

 

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Tippi Hedren, en Los pájaros, de Hitchcock.

Los Oscar 2018 ya han sido alcanzados por los movimientos contra el acoso sexual desde el momento en que Casey Affleck renunció a entregar el premio a la mejor actriz, como le correspondería como mejor actor de la edición pasada. Affleck fue acusado en el 2010 de acoso sexual por Magdalena Gorka y Amanda White, directora de fotografía y coproductora, respectivamente, de su película I’m still here, y, para evitar ir a juicio, llegó a acuerdos económicos con ambas que incluían cláusulas de confidencialidad.

Es indiscutible que el caso Weinstein ha desencadenado una ola de concienciación sin precedentes sobre un asunto que siempre ha impregnado la meca del cine, como pasa con otros muchos ámbitos. Pero cada vez la onda expansiva hace aflorar también más preguntas. Dos son capitales. La primera: ¿supondrá todo esto un cambio de paradigma también en la forma de operar de la industria y en el actual (des)equilibrio de los vectores sexo y poder en su seno, o nos quedaremos solo con la espuma del exhibicionismo de la indignación y la gesticulación en las grandes galas? La segunda, también perturbadora, pero por otros motivos: ¿vamos, como advierten algunas voces, a sistematizar cazas de brujas para las cuales baste con ser señalado, o acusado, para ser considerado culpable en juicios populares, superficiales y sumarísimos y, en consecuencia, ser linchado en las redes y convertido en un paria social y profesional, como ya ha empezado a suceder en algún caso? No existen respuestas sobre lo que nos deparará el futuro, pero como a menudo echar la vista atrás aporta claves para entender el presente, conviene hacer memoria. Sigue leyendo

¿Y tú qué prefieres, el docu o el drama?

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El auge del documental está desafiando, y cada vez más poniendo frente al espejo de sus propias limitaciones, a ese cine de ficción, también al alza, que esgrime como carta de autenticidad la etiqueta “basado en hechos reales”. Puede que nunca haya tenido demasiado sentido preguntar aquello de si se prefiere el libro o la película, pero cada vez se antoja más pertinente plantearnos si nos ha gustado más el documental o el drama.

El artículo completo, en Cáñamo.

Torra cumple un año de gobierno: todas las promesas incumplidas

El gobierno de Quim Torra cumple un año marcado por una inoperancia que apenas ha camuflado a base de redoblar la propaganda y una retórica reivindicativa a todo volumen. Sucede que ni siquiera se han hecho carne las promesas hechas en clave de “hacer república”, por usar la expresión a la que Torra se aferró en su discurso de investidura y que el independentismo institucionalizado ha convertido en mantra, sin que se sepa muy bien qué significa.

Aquí va un repaso de los principales incumplimientos de un ejecutivo que, tras el colapso que supusieron el 155 y la detención o la fuga de los integrantes del gabinete de Carles Puigdemont, se ha mostrado más preocupado por mantener inflamada a la parroquia independentista y por disimular las flagrantes tensiones entre los dos socios que lo integran, Junts per Catalunya (JpC) y ERC, que por desplegar una gestión efectiva y una verdadera acción de gobierno.

El artículo completo, en Economía Digital.

El laberinto es la mente del asesino

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Como cada diez años, David Fincher ha vuelto a reinventar el thriller con psicópata. Lo hizo con Seven a mediados de los noventa y con Zodiac hace una década, y reincide ahora con Mindhunter. Diez capítulos (de los que Fincher, alma mater del proyecto, dirige cuatro) con hechuras de gran cine, que ponen patas arriba el subgénero del procedural y en los que se prescinde de poner en escena asesinatos, persecuciones y tiroteos, sustituidos por largas, alambicadas, perturbadoras conversaciones con criminales encerrados.

En eso consisten los momentos de tensión que puntean un relato entregado siempre a la fuerza de la palabra a base de diálogos afilados y profundos y que, como en el caso de otros nuevos clásicos catódicos, como Mad Men o The Knick, evoca a unos pioneros. En este caso, los primeros exploradores que el FBI envió a la mente del asesino para trazar perfiles psicológicos que ayudaran en cada nuevo caso abierto.

Basada en un libro de John Douglas, uno de esos investigadores, la rica paleta temática de la serie escruta los abismos éticos que se abren al adentrarse en semejante laberinto, y tantea los límites que debe tener y las consecuencias que efectivamente tiene el trato directo con el mal. Territorios en los que el formato seriado permite profundizar de forma insólita, pero que ya habían sido tanteados por el cine cada vez que se ha acercado a asesinos seriales reales, personas dañinas pero también dañadas, a años luz, como también pretende dejar claro el autocrítico Fincher, del arquetipo del supercriminal de inteligencia abrumadora. Un arquetipo que tuvo sus más sofisticadas versiones el John Doe que el propio Fincher nos sirvió en Seven y en el Hannibal Lecter de aquella seminal El silencio de los corderos, que también puso de moda esos interrogatorios concebidos como duelos de inteligencias que ahora sublima Mindhunter. De manera que como el objeto de estudio de la nueva joya de Netflix no son esos genios del mal, sino monstruos mucho más reales, aquí va una pequeña galería de algunos de los más infaustos de ellos, y de los que más se ha ocupado el cine.

El artículo completo, en Cáñamo.

Documentales contra el opio del pueblo

going clearSe viene la Semana Santa y, fieles al espíritu de servicio –y de llevar alegremente la contraria– que nos guía en este rincón, proponemos una alternativa cinematográfica a la habitual sobredosis de péplums, epopeyas bíblicas y derivados igualmente proselitistas, más que nada por si el sufrido lector ya está hasta el gorro de revisitar los sufrimientos y los pectorales de Ben-Hur.

Una alternativa en clave documental, escéptica y variadita, que bascula entre el argumentario más fervorosamente ateo y la denuncia, a menudo en forma de cine de terror, de prácticas aberrantes por parte de instituciones autoerigidas en guardianes de la fe de millones de persones. Una alternativa a la contra de la sustancia que Marx bautizó como el opio del pueblo y que confiamos será del gusto de casi todo dios, si nos guiamos por la ya inmortal cita de Richard Dawkins: “Todos somos ateos respecto a la mayoría de dioses en que las sociedades han creído alguna vez. Algunos solo hemos ido un dios más allá”.

El artículo completo, en Cáñamo.

Trapero pasa cuentas y abandona a Puigdemont

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Trapero, declarando en compañía de su abogada, Olga Tubau. Foto: Tribunal Supremo

El mayor José Luis Trapero vivió los meses previos al 1-O con la misma «incomodidad» que ese verano llevó a dimitir al conseller de Interior Jordi Jané y al director general de Policía de la Generalitat Albert Batlle. Él, en cambio, se quedó en su puesto, pese a la «deriva política» en Cataluña precipitada por la espiral unilateral en la que entró el gobierno de Carles Puigdemont, y por eso sigue pasándolo mal ahora, procesado por la Audiencia Nacional. Claro que, este jueves, pasó cuentas.

Trapero no solo accedió a declarar en el Tribunal Supremo pese a que podía ahorrárselo por su condición de acusado en otra causa, sino que, además de defender sin fisuras la actuación de los Mossos d’Esquadra en torno al 1-O, no titubeó a la hora de señalar las responsabilidades de Puigdemont y su gobierno. Los Mossos, contó Trapero sin ambages, advirtieron al president en dos ocasiones de los graves riesgos de seguridad ciudadana que comportaba seguir adelante con el referéndum, que había sido declarado ilegal por el Tribunal Constitucional.

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El Supremo, el Diplocat y los observadores que nunca estuvieron allí

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Albert Royo, durante su declaración. Foto: Tribunal Supremo

¿Recuerdan a aquellos cacareados observadores internacionales del referéndum del 1-O? Pues ahora, a decir de Albert Royo, ex secretario general del Diplocat, que fue quien les pagó el viaje y los alojamientos, resulta que nunca tuvieron como misión esa tarea fiscalizadora, del mismo modo que la declaración unilateral de independencia, la DUI, ya nadie defiende en la Sala de Plenos del Tribunal Supremo que declarara nada más que la mera voluntad política de sus firmantes.

La cuestión, el meollo, la clave, una vez más, es si está en lo cierto o no ese controvertido refrán catalán que reza aquello de que “el nom no fa la cosa”, un asunto central porque recorre de cabo a rabo la estrategia independentista de al menos el último lustro, sostenida siempre en un uso del lenguaje a la carta en el que las palabras escogidas para referirse a un determinado asunto no solo no tienen por qué coincidir con su denominación oficial, sino que ni siquiera es necesario que encajen con la realidad. Basta con que sean las más convenientes en cada momento para los intereses de quien las escoge.

El artículo completo, en Economía Digital.